jueves, 18 de junio de 2009

EL HARA



Estar en Hara...estar en paz



Hara, la búsqueda del centroHara es una palabra japonesa que designa “un estado del ser”, centrado y sereno. Designa al vientre y a lo que allí reside: la conciencia del ser profundo. Describe también la zona del abdomen comprendida entre la boca del estómago, las últimas costillas, el hueso púbico y la cresta ilíaca. Conocer este punto en el propio cuerpo, permite mantener una actitud relajada, optimista, conciente y creativa.Allí, en el centro, reside también la memoria del cordón umbilical: el recuerdo del momento en que no hacía falta procurarse alimento ni abrigo porque todo estaba previsto por la matriz. Allí donde la madre alimentó al feto hay una memoria celular de un estado pleno y nutritivo. Volver a ese sitio con la imaginación, la conciencia, el tacto y el ejercicio, devuelve seguridad y confianza, permite actuar de una manera “centrada”. Los chinos llaman a este punto energético“tan-tien”, “mar de chi” o “centro de conciencia” y lo ubican a unos cuatro dedos por debajo del ombligo, “hacia adentro”. Los hindúes lo llaman “segundo chakra” y lo describen como un vórtice de energía que permite el acceso al goce y la alegría.En tanto que los orientales conocen la importancia de este centro desde hace miles de años, los occidentales, por el contrario, nos hemos abocado al cultivo de la mente. Perdimos así la conciencia del centro y nos instalamos en “el piso superior”: en el cerebro y en la razón. Nos volvimos racionales y nos olvidamos del enorme caudal de sabiduría inmanente que reside en las entrañas.Según el filósofo alemán Karlfried Graf Durckheim, estudioso de la idiosincrasia oriental, una persona que hunde el vientre y saca el pecho, como modo de enfrentar las vicisitudes de la vida cotidiana, denota una postura física antinatural y una actitud interior que no está en armonía con su sentir más profundo. Lo que hay que hacer es “bajar el peso”, acercar el perineo a la tierra, ser conciente del vientre, de lo que se siente. Desplazar el centro de gravedad hacia la cabeza y no hacia el vientre, hace que el hombre y la mujer pierdan contacto con su ser profundo y se guíen, en cambio, por la auto-importancia del propio ego, por la imagen, por lo que está fuera de uno mismo. Los resultados pueden ir desde un excesivo trabajo mental, un permanente diálogo interior, una búsqueda insaciable de aprobación externa, hasta la sensación física de mareo y vértigos. “Desplazar el centro de gravedad hacia la mente hace que el hombre oscile entre un estado de tensión muy fuerte y un estado de permanente disolución de su propio ser”, escribe Durckheim en su libro Hara, Centro Vital del Hombre.Japoneses y chinos, ponen el acento en el vientre y desde allí sienten y actúan. Esta diferencia de posturas físicas y “modos de estar en el mundo”, resulta fácilmente observable hasta en la “forma” en que occidentales y orientales, suelen auto-eliminarse: los primeros se pegan un tiro en la sien, los segundos atentan contra el vientre, se hacen el “hara-kiri”, es decir, “se matan el centro”.Despertar el ombligoEl verdadero centro no es el pecho, el corazón o la cabeza sino el vientre. Una manera de comprobar esto es re-aprender a respirar con el abdomen como hacen los bebés. Y para conseguirlo, nada mejor que observar a un niño pequeño, ver cómo hincha y hunde el vientre cuando juega y respira. Quien sabe llevar la respiración hacia abajo, hacia el Hara, encuentra naturalmente la paz. Así que, la próxima vez que se sienta inquieto o ansioso, antes de tomar una pastilla -o un té de tilo-, pruebe al menos llevar la conciencia hacia la zona del ombligo y respirar desde allí.Los taoístas –los que siguen el fluír de la “vía o el camino natural”: el tao- entrenan esta zona del bajo vientre para que cumpla con las funciones de “un segundo cerebro”. Lo llaman también “campo medicinal” o “campo del elixir”, como modo de describir las oleadas de energía que se despiertan al trabajarlo.El tai-chi y el chi-kung son sistemas de ejercicios y de meditación en movimiento que sirven para desarrollar el hara. Se trata del arte de cultivar y condensar el chi, la energía original, en el tan- tien inferior, aumentando la presión en esa zona.La postura básica de estos ejercicios consiste en mantener los pies y el perineo conectados hacia la tierra, las rodillas flexionadas, la columna vertebral alineada y recta, los hombros bajos y relajados y la cúspide la cabeza colgando como de un hilo, desde el cielo. Luego, la respiración y la atención se concentran en la zona del ombligo y del bajo vientre y desde allí se inician movimientos lentos, armónicos y circulares.Otro modo de despertar el hara es la práctica de masajes. El zen-shiatsu, masaje japonés creado por Shizuto Masunaga, profesor de psicología en la Universidad de Tokio, fallecido en 1981, es uno de ellos. Este tratamiento terapéutico utiliza como base la descripción de los canales de energía del organismo humano, realizado por la Medicina Tradicional China.Con el paciente recostado en el suelo o sobre un futon (colchón artesanal de cascarilla de arroz) se hace un recorrido por los diferentes canales de energía, a partir de un diagnóstico de presión del abdomen, del Hara, que permite distinguir el buen o mal funcionamiento de los órganos.En este tipo de masaje el objetivo es conocer al paciente física, emocional, psicológica y espiritualmente, lo que requiere una suerte de conocimientos que superan un enfoque meramente anatómico y fisiológico del cuerpo humano.Tanto para el receptor del masaje como para el terapeuta, o para el practicante de tai-chi o cualquier otro arte de meditación, estar en el Hara es estar en paz, sereno, gracias al descubrimiento del nexo entre lo físico y lo psíquico. Llegar al Hara es llegar a las raíces del ser, es volver a la fuente, encontrarse a sí mismo. Claro que para acceder al centro es necesario pasar por la experiencia de un entrenamiento cotidiano. Puede ser la práctica sostenida de tai-chi, chi-kung, aikido, yoga o cualquier otro arte que busque la resolución centrada de los propios conflictos y de los que se generan cuando cada persona se enfrenta a sí misma y a otro ego. En una época en que el racionalismo parece haber agotado su caudal de sabiduría y en que las religiones han dejado de proporcionar claves para la auto-transformación, la nostalgia del ser esencial lleva a algunos al cultivo del ombligo. Pero no como modo de acentuar el individualismo sino como un camino de reencuentro con la fuerza del “shen-chi”: la energía del poder espiritual.

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