Por David Lynch
Traducido por Sergi Recio i Coll
Las discusiones sobre la “efectividad marcial” del aikido son cosa corriente en los foros de discusión de Internet. Lamentablemente, muchos de los mensajes muestran un abismal desconocimiento de las bases sobre las que se fundó el arte, al hacer comparaciones con varios sistemas de lucha.
El aikido no es un sistema para pelear, sino una forma de no pelear, destinada no a proteger o aumentar el ego sino, potencialmente, a eliminarlo. Su valor yace en promover cualidades diametralmente opuestas a las fomentadas para su uso “en la calle”.
Hablando por mí, el día en que tenga que enfrentar una situación a vida o muerte para probar la efectividad, o falta de ella, de mi aikido será demasiado pronto. Nunca he tenido que usar las técnicas físicas fuera del dojo en 40 años de entrenamiento, así que no voy a perder el sueño por eso.
Desde luego hay que esforzarse en mejorar, y siempre supone un reto tratar de realizar las técnicas con un poco más de desenvoltura y de garbo, pero ¿qué sentido tiene acalorarse sobre las carencias del aikido frente al kickboxing, la lucha olímpica o la pelea callejera? Hay suficiente material con el que trabajar en el aikido tal cual es, sin recurrir a combinarlo con otras disciplinas, o preocuparse sobre qué escuelas han perdido los papeles y nos han dejado con una versión aguada e ineficaz. De todos modos, sólo puedes aprender de otros hasta cierto punto, así que no puedes culpar al sistema de tus propias carencias.
La efectividad se consigue a un precio, y cuanto más veo de los que aseguran haberla conseguido en el aikido o en otros aspectos de la vida, más simpatía tengo para la gente común que no tiene una gran ambición por ser supereficiente o eficaz. En el mejor de los casos, esta actitud es irrelevante, en el peor es destructiva y deprimente.
Para poder apreciarse, el aikido necesita “espacio”, es decir espiritualidad, profundidad psicológica, sentido estético, empatía y diversión. ¡Sin olvidar el amor! (Parece haber un acuerdo tácito para no mencionar el amor en las discusiones sobre efectividad marcial, lo que resulta curioso en vista de la importancia que O-Sensei le daba a esto, y su insistencia en que la esencia del aikido es el amor).
No es que la “efectividad espiritual” del aikido sea más fácil de demostrar objetivamente que cualquiera de los aspectos técnicos. No hay nada seguro, al menos. Sin embargo, no me convence el que la incapacidad de realizar una técnica desde, por ejemplo, una presa morotedori fuerte al estilo Iwama, sea prueba de una falta de desarrollo espiritual. La conexión entre espíritu, mente y cuerpo es más complicada.
La curva de aprendizaje es ancha, y es razonable contar con pasar toda una vida trabajando en uno mismo sin llegar a poder presumir de la iluminación plena, con aikido o sin aikido. Esto no es motivo para abandonar el esfuerzo, y practicar el aikido con un objetivo espiritual en mente, en lugar de la simple efectividad técnica, es un buen comienzo.
Mientras tanto, los beneficios para la salud, tanto mentales como físico, justifican de sobra el entrenamiento serio y regular, sin necesidad de obcecarse con la efectividad marcial o de sentirse intimidado por los que lo están. Puesto que el aikido es una empresa individual, la escuela que escojas es importante sólo en tanto encaje contigo, y no tiene sentido pretender enfrentar a una contra otra.
En lo que a mi respecta, haber tenido contacto con los distintos métodos de enseñanza de Kisshomaru Ueshiba, Koichi Tohei, Gozo Shioda, Kenji Shimizu y otros durante mi prolongada estancia en el Japón prácticamente me obligó a esforzarme en encontrar los principios comunes que pudiera. He tratado de mantener la puerta abierta a nuevos conocimientos, y no caer en “grupismos” ni sectarismos.
Pero los conocimientos no son sabiduría. Los conocimientos se derivan de los sentidos, que ni pueden ni fueron diseñados para decirnos nada sobre la verdad del universo. Ir en pos de más y más conocimiento técnico tiene más visos de alejarnos del objetivo del aikido que de acercarnos a él.
Antes me molestaba oír comentar a alguien que éste o aquél de los estilos que yo practicaba “no era aikido” (al parecer, esta expresión para menoscabarlos circulaba por el Japón). Si bien estaba dispuesto a aceptar que mi propia interpretación podía dejar mucho que desear, me parecía increíblemente arrogante que cualquiera echara por tierra las principales escuelas de aikido con ese comentario despreciativo.
Al fin y al cabo, las escuelas principales las habían establecido maestros que a su vez habían cumplido largos aprendizajes con el fundador, y que habían dedicado sus vidas al aikido. Tras algún tiempo se me hizo claro que “eso no es aikido” era una frase vacía y sin sentido, y para cuando la hube oído aplicada a todas y cada una de las escuelas principales, ya no me perturbaba.
A pesar de todo, una frase de ese tipo puede desanimar a los nuevos alumnos que se esfuerzan por entender una versión en particular del arte, así que les sugiero que busquen consejo en las palabras de O-Sensei al respecto:
“El fracaso es la clave del éxito; cada error nos enseña algo. Agradeced incluso las adversidades, los contratiempos y las malas personas. Enfrentarse a esos obstáculos es una parte esencial del entrenamiento” (de “El arte de la Paz”, por John Stevens.)
Respecto a la definición del aikido del propio O-Sensei, probablemente sea cierto que lo que practicamos “no sea aikido”, independientemente del sistema de entrenamiento que sigamos. En este sentido, estamos todos en el mismo barco, y a todos nos queda mucho camino por delante, como dejan claro las palabras de O-Sensei (citando otra vez el libro de John Stevens):
“Hay muchos senderos hasta lo alto de la montaña, pero una sola cima – el amor”.
“En el instante en que te fijas en lo bueno y lo malo de tus compañeros, creas en tu corazón una abertura por la que entra la malicia. Poner a prueba a, competir con y criticar a los demás te debilitará y te destruirá”.
“No estás aquí para otra cosa que para descubrir tu propia divinidad interior y manifestar tu iluminación innata.”
Los aikidoka veteranos siguen criticando a sus pares de otras escuelas e insistiendo en que el suyo es el único camino a la cumbre, a pesar de que está claro que ellos no han alcanzado la cima.
Fuente:Aikido Journal
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